Música a la biblioteca pública, algunes reflexions professionals
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Joan Puchades, de la Biblioteca Francesc Candelde Barcelona aporta el seu punt de vista. El debat és obert, el futur també es pot inventar...
Las bibliotecas estuvieron históricamente ligadas al libro. Las obras más representativas de la literatura universal, así como los textos divulgativos del conocimiento humano permanecieron, durante siglos, en unas estanterías que únicamente contenían documentos en soporte de papel.
Estos centros de información daban un merecido protagonismo a muchos de los autores que, a lo largo de la historia, fueron contribuyendo a sublimar las ideas y las emociones humanas. Sin embargo, nunca albergaron la obra de muchos otros grandes creadores cuyo legado requería –para ser disfrutado- de un soporte diferente al libro.
Catulo, Cervantes, Joanot Martorell, Fernando Pessoa, Oscar Wilde, George Orwell, y un sinfín de célebres autores, convirtieron las bibliotecas en maravillosos lugares donde poder disfrutar de toneladas de talento. Sin embargo, siempre se echó de menos en ellas el arte de otros genios como Verdi, Mozart, Charlie Parker, Dizzy Gillespie o Bob Dylan, cuyas composiciones no podían ser apreciadas entre unas páginas de papel.
Por fortuna, a principios de la década de los noventa, las bibliotecas públicas de Barcelona incorporaron a sus respectivos fondos una colección de discos compactos de música que, con el paso de los años, fue aumentando en calidad y volumen. Este acontecimiento atrajo a muchos ciudadanos que hasta entonces no habían sido usuarios de las bibliotecas y que, desde aquel momento, empezaron a frecuentarlas asiduamente. No cabe la menor duda de que la música contribuyó notablemente a fidelizar a gran parte de este público.
Paradójicamente, se está alimentando la sospecha de que el soporte, que en tiempos pasados resultó un impedimento para la presencia de las obras musicales en las bibliotecas, volverá a ser el factor que lastre su continuidad en ellas. Si años atrás no se concebía un soporte diferente al libro dentro de estos equipamientos, en la actualidad no concebimos un ”no-soporte”.
Un planteamiento en estos términos puede resultar precipitado y, quizás, convendría ir despejando incógnitas antes de adelantar acontecimientos.
La tecnología ha introducido cambios tan rápidos en los hábitos de consumo musical de la población que los profesionales del ámbito de las bibliotecas, obsesionados con la idea de adaptarnos rápidamente al cambio, estamos anticipando situaciones que aun no han tenido lugar. No sabemos si en un futuro cercano habremos de seguir el ejemplo de las bibliotecas de algunos países nórdicos, que han implantado en sus centros un sistema de descarga musical en formato MP3 pero, de momento, una actuación de este tipo no se antoja de urgente necesidad.
Quizá cabría esperar que la forma de consumir canciones se fuese normalizando con el tiempo, dejando así de producirse situaciones anómalas (¿hay algo más ilógico que andar por casa escuchando melodías en formato MP3 pudiendo disfrutar de la calidad de un buen equipo de reproducción?).
Quizá nuestro problema llegue el día en que el mercado decida que deben dejar de fabricarse reproductores de CD pero, hasta entonces, la valiosísima colección musical de las bibliotecas públicas barcelonesas ha de mantenerse y seguir creciendo.
E independientemente de lo que el futuro nos depare, hay un hecho evidente a partir del cual nos será más fácil seguir desarrollando nuestra tarea: La música ya está presente en la Biblioteca Pública, forma parte de ella. Entró hace casi veinte años y ha sido protagonista durante este tiempo.
Desde este planteamiento, tan obvio como determinante, podemos empezar a responder algunas de las preguntas que nos han ido surgiendo.
La biblioteca debe seguir siendo ese lugar donde poder obtener las obras de grandes intérpretes y compositores pero, además, ha de ofrecer ciertos servicios que aporten un valor añadido. Ha de desempeñar, en el ámbito musical, el mismo papel que ha ejercido siempre en el campo de la información general. Vivimos una era en que dicha información se produce en exceso, dando lugar al fenómeno conocido como ruido o intoxicación. No cabe duda de que este fenómeno puede extrapolarse al terreno musical.
Va a ser necesario, por tanto, que la figura del responsable de nuestras áreas musicales cobre protagonismo, que “esté a la altura” y pueda ser capaz de orientar a aquellos usuarios que lo necesiten y satisfacer las demandas de los más exigentes.
El musictecari, como algunos compañeros de profesión lo han bautizado, debe ser una persona amante de la música –o, dispuesta a serlo-, con afán de formación permanente y preparada para crear, en su centro de trabajo, un ambiente de cultura musical que prevalezca por encima de los avatares tecnológicos y comerciales. De esta forma, podrá gestionar unas áreas que deberán ser auténticos centros de interés que incluyan todo tipo de material: novelas donde la temática musical esté presente o sea protagonista, biografías de los grandes creadores, ensayos que analicen los diferentes géneros y estilos, estudios sobre tendencias y corrientes musicales; sin olvidar otros tipos de documentos, como partituras, obras cinematográficas que versen sobre la materia, revistas y testimonios fotográficos relevantes.
En definitiva, las áreas de música han de concebirse de forma integral como espacios donde el conocimiento musical se disfruta, se fomenta, y se transmite, para que aquellos melómanos que un día se acercaron a ellas atraídos por el disco compacto, mantengan la percepción de que estos lugares pueden seguir saciando las exigencias de su pasión predilecta.
En cuanto a la elección de títulos y géneros, quizá sería conveniente huir de los reclamos más comerciales y guiarse por otro tipo de criterios. El usuario más fiel de las áreas de música de la Biblioteca Pública es, al fin y al cabo, aquel que no solo busca obtener un álbum determinado, sino que pretende hallar un lugar que contextualice su hobby favorito. A la hora de adquirir nuevas obras, no solo cabe considerar las preferencias de los amantes del pop y del rock, sino también la de todos aquellos “fanáticos” del jazz y de la música clásica, siempre ávidos de entablar tertulia y debate musical. Por todo ello, cabe destacar la necesidad de promover y organizar -en nuestras bibliotecas- actividades y coloquios en los que participen críticos musicales y cualquier experto en la materia, así como los propios músicos.
Si conseguimos que la música siga siendo uno de los grandes reclamos que las bibliotecas ofrecen a sus usuarios, si gracias a ella logramos seguir siendo importantes en la vida social y cultural de nuestro entorno, los responsables de las áreas musicales podremos osar a reclamar condiciones de mayor idoneidad en la configuración arquitectónica y estilística de las bibliotecas de nueva construcción. Podremos ir participando en la creación de espacios que se amolden a las necesidades que consideremos pertinentes.
El camino que tenemos por delante es largo e impredecible, pero seguro que será divertido recorrerlo.
Gràcies, moltes gràcies, Joan.
ResponEliminaWe're rolling!
Votre article est très intéressant. Je souhaiterais avoir votre accord pour le traduire et le publier sur le site de l'ACIM.
ResponEliminaNicolas Blondeau
bravo Joan!
ResponEliminaMolt bona reflexió!
ResponEliminaUn article molt interessant. Moltes gràcies, Joan!
ResponEliminaJoana Casas Poves